Su familia era originaria de Corduba (moderna Córdoba), en la Bética,
así que la tradición ha situado su nacimiento en Corduba en torno al año 1. Así
Séneca ha sido considerado como nacido en la moderna Córdoba.
El padre de Séneca, Marco Anneo Séneca, era un procurador imperial que
se convirtió en una auténtica eminencia de la retórica, el arte de la oratoria
y del debate. Además de Lucio, Marco tuvo otros dos hijos que a su manera
también alcanzaron cierta relevancia. El primero, Novato, más conocido como Galión,
fue el gobernador de Acaya que declinó ejercer su jurisdicción sobre San Pablo,
y lo envió a Roma. El segundo, Mela, aunque menos ambicioso, fue un hábil
financiero famoso por ser el padre del poeta Lucano quien, por ello, era
sobrino de Lucio Séneca. De toda la vida de Lucio Séneca previa al año 41 d. C.
no se sabe gran cosa, y lo que en general se sabe es gracias a lo que el propio
Séneca dejó por escrito en sus obras. Sea como fuere, es claro que provenía de
una familia distinguida, perteneciente a la más alta sociedad hispana en una
época en que la provincia de Hispania estaba en pleno auge dentro del Imperio
romano.
Parece ser que pasó los primeros años de su vida en Roma bajo la
protección de la hermanastra de su madre, su tía Marcia. Se afirma que en ese
tiempo vivió con humildad en una habitación en el piso de arriba de un baño
público, algo probablemente falso, ya que Marcia era una persona acaudalada.
Durante este tiempo, parece que fue entrenado en retórica e introducido en el
estoicismo por el filósofo Átalo.
Marcia estaba casada con un équite (caballero) romano que en el año 16
fue nombrado gobernador de Egipto por el emperador Tiberio. Séneca acompañó al
matrimonio a Alejandría, en Egipto, donde adquirió nociones de administración y
finanzas, al tiempo que estudiaba geografía y etnografía de Egipto y de la
India y desarrollaba su interés por las ciencias naturales, en las que, a decir
de Plinio el Viejo, destacaría por sus conocimientos de geología, oceanografía
y meteorología. Por influjo de los cultos místicos orientales que existían en
Egipto, al principio demostró una cierta inclinación hacia el misticismo
pitagórico enseñado por Sotión, y los cultos de Isis y Serapis, que por aquel
entonces ganaban gran número de adeptos entre los romanos. No obstante,
posteriormente se inclinó hacia el estoicismo, filosofía que adoptaría hasta el
fin de sus días. Su formación, pues, fue muy variada, rica y abierta: además de
formarse en Egipto, parece ser que ya en Roma había estudiado gramática,
retórica y filosofía; es posible, además, que viajara en algún momento a Grecia
para continuar formándose en Atenas, algo muy común entre los patricios de su
tiempo. Sea como fuere, dejó escrito haber estudiado con Sotión, un filósofo
ecléctico-pitagórico, con el estoico Átalo y con Papirio Fabiano. Más adelante,
fue amigo íntimo del cínico Demetro.
Séneca siempre tuvo una salud enfermiza, especialmente debido al asma
que padecía desde su infancia. Tanto es así que llegó a escribir que lo único
que le impedía suicidarse era la incapacidad de su padre de soportar su
pérdida.
En el año 31, Séneca volvió a Roma donde, a pesar de su mala salud, de
su origen provinciano y del hecho de provenir de una familia comparativamente
escasa en influencias, fue nombrado Cuestor, con lo que inició así su cursus
honorum, en el que pronto destacó por su estilo brillante de orador y escritor.
Para cuando, en el año 37, el emperador Calígula sucedió a Tiberio, Séneca se
había convertido en el principal orador del Senado y había levantado la envidia
y los celos del nuevo y megalómano César, el cual, de acuerdo con el
historiador Dión Casio, ordenó su ejecución. Según el mismo historiador, fue
una mujer próxima al círculo más íntimo de Calígula la que consiguió que éste
revocara la sentencia al afirmar que Séneca padecía tuberculosis y pronto
moriría por sí mismo. A consecuencia de este incidente, empero, Séneca se
retiró de la vida pública.
En el año 41, a la muerte de Calígula y con la entronización de
Claudio, Séneca, que continuaba siendo una persona relevante dentro del
estamento político romano, fue de nuevo condenado a muerte, si bien la pena se
le conmutó por el destierro a Córcega. Las causas de esta condena se ignoran.
La sentencia oficial lo acusaba de haber cometido adulterio con Julia Livilla,
hermana de Calígula, hecho bastante improbable. Más probablemente, se ha
apuntado que la esposa de Claudio, la célebre Valeria Mesalina, lo consideraba
peligroso ahora que Calígula había muerto. La entronización de Claudio se había
producido contra la oposición del Senado y Séneca, que debido a su prestigio
como orador era probablemente uno de los senadores más influyentes, podría
haber sido un enemigo político en potencia para Claudio.
Su exilio en Córcega duró 8 años. Durante ese tiempo escribió un
ensayo de consolación a su madre Helvia, a raíz de la muerte de su padre Marco,
y que destaca por propugnar actitudes estoicas muy diferentes a las que, por
ese mismo período, se muestran en la Consolación a Polibio, nombre de uno de
los libertos imperiales de Claudio y que ostentaba un gran poder e influencia
sobre el emperador. En esta carta, que probablemente nunca estuviera destinada
a publicarse, se muestra abyectamente adulador mientras busca el perdón
imperial.
El destierro duró hasta el año 49 cuando, tras la caída de Mesalina,
la nueva esposa de Claudio, la también célebre Agripina la Menor, consiguió
para él el perdón imperial. Se le llamó a Roma y, por indicación de Agripina,
se le nombró pretor en la ciudad. El favor imperial no acabó ahí, pues en el
año 51, a instancias de nuevo de Agripina, se le nombró tutor del joven Lucio
Domicio Ahenobarbo, futuro Nerón, quien era hijo de un matrimonio anterior de
Agripina. Tan drástico cambio en su suerte se debió, según el historiador
Tácito, a que Agripina, aparte de buscar un tutor ilustre para su hijo, creía
que la fama de Séneca haría que la familia imperial ganara en popularidad,
además de considerar que un Séneca agradecido y obligado a ella serviría como
un importante aliado y un sabio consejero en los planes de alcanzar el poder
que albergaba para su hijo Nerón.
En el año 54, el emperador Claudio murió (según la mayoría de las
fuentes históricas, envenenado por la propia Agripina) y su hijastro Nerón
subió al poder. Aunque no hay evidencia alguna de que Séneca estuviera
involucrado en el asesinato de Claudio, sí que se mofó del viejo emperador en
su obra satírica intitulada Apocolocyntosis divi Claudii («Calabazificación del
divino Claudio»), en la que éste, al ser deificado, acaba, tras una serie de
vicisitudes, como un mero burócrata en el Hades. Con la subida al poder del
joven Nerón, que por aquel entonces contaba con 17 años, Séneca fue nombrado
consejero político y ministro, junto con un austero oficial militar llamado
Sexto Afranio Burro.
Durante los ocho años siguientes, Séneca y Burro, a quienes todos los
historiadores romanos consideraron las personas de mayor valía e ilustración
del entorno de Nerón, gobernaron de facto el imperio romano. Dicho período
destacaría, a decir del propio emperador Trajano, por ser uno de los períodos
de «mejor y más justo gobierno de toda la época imperial». Su política, basada
en compromiso y diplomacia más que en innovaciones e idealismo, fue modesta
pero eficiente: se trató en todo momento de refrenar los excesos del joven
Nerón, al tiempo que evitaban depositar gran poder real en manos de Agripina.
Así, mientras Nerón se dedicaba, siguiendo las instrucciones de Séneca, a un ocio
moralmente «aceptable», Séneca y Burro se hicieron con el poder, en el que
promovieron una serie de reformas legales y financieras, como la reducción de
los impuestos indirectos; persiguieron la concusión (corrupción de los
gobernadores provinciales); llevaron a cabo una exitosa guerra en Armenia, que
instituyó el protectorado romano en aquel país y se mostró, a la larga,
fundamental para la salvaguarda de la frontera oriental del imperio; se
enviaron, a instancias de Séneca, expediciones para dar con las fuentes del río
Nilo... Vale notar que ni Burro ni Séneca ocuparon, durante este período, cargo
institucional alguno, más allá del de senadores, por lo que ejercieron el poder
desde detrás del solio imperial, como meros validos y consejeros del joven césar,
que al parecer tenía en alta estima a su tutor.
Sin embargo, conforme Nerón fue creciendo, comenzó a desembarazarse de
la «benigna» influencia de Séneca, de tal forma que, al mismo tiempo que el
ejercicio del poder iba desgastando al filósofo, comenzaba a perder influencia
sobre su pupilo Nerón. Éste, que había demostrado una naturaleza cruel y
vitriólica al hacer asesinar a su hermanastro Británico, pronto comenzó a
escuchar los consejos de miembros de la peor ralea de la sociedad romana, meros
arribistas que, como Publio Sulio Rufo, vieron una oportunidad para desplazar a
Séneca del poder. Fue este Rufo el que, en el año 58, acusó a Séneca,
absurdamente según Tácito, de acostarse con Agripina, con lo que dio origen a
una campaña de desprestigio en la que el filósofo fue acusado de crímenes tan
peregrinos como el de deplorar el tiránico régimen imperial, extravagancia en
sus banquetes, hipocresía y adulación en sus escritos (fue en este momento
cuando salió a la luz la carta al liberto Polibio), usura, y, sobre todo,
excesiva riqueza. De hecho, la riqueza de Séneca en este período alcanzó la
categoría de proverbial, cuando el poeta Juvenal habla de los grandes jardines
del inmensamente rico Séneca. Es probable que la inmensa riqueza del filósofo
propiciara su caída frente a Nerón, el cual no toleraría que un particular
pudiera hacerle sombra en ese aspecto.
En el año 59, la antiguamente gran valedora de Séneca, Agripina, fue
asesinada por Nerón, lo que marcaría el inicio del fin de Séneca. Aunque
posiblemente no estuvieran involucrados, Séneca y Burro tuvieron que llevar a
cabo una campaña de lavado de imagen pública del emperador a fin de minimizar
el impacto que pudiera tener el crimen: Séneca escribió la famosa carta al
Senado en la que justificaba a Nerón y explicaba cómo Agripina había conspirado
en contra de su hijo. Este hecho ha sido muy criticado con posterioridad, y ha
sido germen frecuente de las acusaciones de hipocresía contra Séneca. Cuando,
en el año 62, Burro murió (probablemente asesinado, según algunos), la
situación de Séneca en el poder se volvió insostenible, al haber perdido buena
parte de su capital político y de sus apoyos. La campaña de desprestigio,
además, le privó de la cercanía del emperador, el cual, rodeado de aduladores y
arribistas como Tigelino, Vitelio o Petronio, pronto comenzaría a hablar de
desembarazarse de su viejo tutor.
Así, ese mismo año Séneca pidió a Nerón retirarse de la vida pública,
y ofreció toda su fortuna al emperador. El retiro le fue concedido tácitamente,
aunque la fortuna no le fue aceptada hasta años después. De esta manera, Séneca
consiguió retirarse de la cada vez más peligrosa corte romana, y comenzó a
pasar su tiempo viajando con su segunda esposa, Paulina, por el sur de Italia.
Al mismo tiempo, comenzó a redactar una de sus obras más famosas, las Cartas a
Lucilio, auténtico ejemplo de ensayo, en las que Séneca ofrece todo tipo de
sabios consejos y reflexiones a Lucilio, un amigo íntimo que supuestamente
ejercía como procurador romano en Sicilia. Esta obra serviría de ejemplo e
inspiración a Michel de Montaigne en la redacción de sus Ensayos.
Aun así, Séneca no consiguió desembarazarse del todo de la obsesiva
perversión de su antiguo pupilo. Según Tácito, parece ser que en sus últimos
años Séneca sufrió un intento de envenenamiento, frustrado gracias a la
sencilla dieta que el filósofo había adoptado, previendo un ataque de este
tipo. Sea como fuere, en el año 65 se le acusó de estar implicado en la famosa
conjura de Pisón contra Nerón. Aunque no existieran pruebas firmes en su
contra, la conjura de Pisón sirvió a Nerón como pretexto para purgar a la
sociedad romana de muchos patricios y caballeros que consideraba subversivos o
peligrosos, y entre ellos se encontraba el propio Séneca. Así pues, Séneca fue,
junto con muchos otros, condenado a muerte, víctima de la conjura fracasada.
Sobre la muerte de Séneca, el historiador Tácito cuenta que el tribuno
Silvano fue encomendado para darle la noticia al filósofo, pero siendo aquél
uno de los conjurados, y sintiendo una gran vergüenza por Séneca, le ordenó a
otro tribuno que le llevara la notificación del César: de un patricio como
Séneca se esperaba no que decidiera esperar a la ejecución, sino que se
suicidara tras recibir la condena a muerte. Cuando Séneca recibió la misiva,
ponderó con calma la situación y pidió permiso para redactar su testamento, lo
cual le fue denegado, pues la ley romana preveía en esos casos que todos los
bienes del conjurado pasaran al patrimonio imperial.
Sabiendo que Nerón actuaría con crueldad sobre él, decidió abrirse las
venas en el mismo lugar, cortándose los brazos y las piernas. Su esposa Paulina
le imitó para evitar ser humillada por el emperador, pero los guardias y los
sirvientes se lo impidieron (otras fuentes afirman que realmente se suicidó,
aunque Suetonio afirma que vivió hasta el principado de Domiciano). Séneca, al
ver que su muerte no llegaba, le pidió a su médico Eustacio Anneo que le
suministrase veneno griego (cicuta), el cual bebió pero sin efecto alguno.
Pidió finalmente ser llevado a un baño caliente, dónde el vapor terminó
asfixiándolo, víctima del asma que padecía.
Al suicidio de Séneca lo siguieron, además, el de sus dos hermanos y
el de su sobrino Lucano, sabedores de que pronto la crueldad de Nerón recaería
también sobre ellos. El cuerpo de Séneca fue incinerado sin ceremonia alguna.
Así lo había prescrito en su testamento cuando, en sus tiempos de riqueza y
poder, pensaba en sus últimos momentos.
Michel de Montaigne no dejó nunca
de reconocer la influencia de Séneca en su obra magna, los Ensayos.
Tertuliano consideró que muchas de las doctrinas morales
expuestas por Séneca tenían gran parecido con las expuestas en la Biblia.
Séneca es uno de los pocos filósofos romanos que siempre ha gozado de
gran popularidad (al menos en la Europa continental; en el mundo anglosajón no
fue sino hasta el siglo XX cuando la figura de Séneca se rescató del olvido),
como lo demuestra el hecho de que su obra haya sido admirada y celebrada por
algunos de los pensadores e intelectuales occidentales más influyentes: Erasmo
de Rotterdam, Michel de Montaigne, René Descartes, Denis Diderot, Jean-Jacques
Rousseau, Thomas de Quincey, Dante, Petrarca, San Jerónimo, San Agustín,
Lactancio, Chaucer, Juan Calvino, Baudelaire, Honoré de Balzac... todos
mostraron su admiración por la obra de Séneca; aparte de la de Cicerón, la obra
de Séneca era una de las mejor conocidas por los pensadores medievales, y como
quiera que muchas de sus doctrinas son compatibles con la idiosincrasia
cristiana, los padres de la Iglesia como San Agustín lo citan a menudo;
Tertuliano lo consideraba un saepe noster, esto es, «a menudo uno de los
nuestros», y San Jerónimo llegó a incluirlo en su Catálogo de santos. Durante
la Edad Media, de hecho, surgió la leyenda de que San Pablo habría convertido a
Séneca al cristianismo, y que su muerte en el baño era una suerte de bautismo
encubierto. La supuesta conversión al cristianismo de Séneca fue un tema recurrente
durante el Bajo Imperio romano y la Edad Media, formaba parte de la «Leyenda
áurea», e incluso aparecieron varias cartas espurias entre Séneca y San Pablo
en las que intercambian puntos de vista doctrinales; en una de ellas, fechada
en el siglo III o en el siglo IV, incluso se relata el gran incendio de Roma,
aunque probablemente Séneca se hallase fuera de la ciudad en ese tiempo. Por
otro lado, su obra Naturales quaestiones,
tratado de ciencias naturales alabado ya por Plinio el Viejo, fue durante la Edad
Media la obra de referencia inamovible en los asuntos que abordaba; sólo
Aristóteles tuvo más prestigio en ese campo.
Además, la influencia de Séneca se deja ver en todo el humanismo y
demás corrientes renacentistas. Su afirmación de la igualdad de todos los
hombres, la propugnación de una vida sobria y moderada como forma de hallar la
felicidad, su desprecio a la superstición, sus opiniones antropocentristas...
se harían un hueco en el pensamiento renacentista. Erasmo de Rotterdam, por
ejemplo, fue el primero en preparar una edición crítica de sus obras (1515), y
la primera obra de Calvino fue una edición de De clementia, en 1532. Robert
Burton lo cita en su Anatomía de la melancolía, y Juan Luis Vives y Tomás Moro
lo tenían en alta estima, y se hacían eco de sus ideas éticas. En la obra de
Montaigne, los Ensayos, las referencias a la obra de Séneca son constantes,
tanto en forma como en opiniones, muchas de las cuales son comunes en ambos
pensadores; por ejemplo, la justificación del suicidio como forma de evitar una
muerte peor es análoga en los dos. Formalmente, muchos ensayos de Montaigne se
asemejan a la estructura desarrollada por Séneca en sus Cartas a Lucilio
(planteamiento de un tema, pero no de una tesis al respecto, un desarrollo más
o menos lineal donde se añaden ejemplos pero se evitan digresiones, y una
conclusión final sobre el tema planteado que se deduce de todo lo anterior),
que se han visto como un antecedente claro del ensayo moderno. Y, aunque las
ideas presentadas por Séneca no pueden ser consideradas originales ni
sistemáticas en su exposición, su importancia es capital a la hora de hacer
asequibles y populares muchas de las ideas de la filosofía griega.1
En la actualidad, su obra ha caído en un cierto olvido, propiciado por
el moderno abandono del estudio de las lenguas y disciplinas clásicas. Sin
embargo, sigue sorprendiendo por la vigencia y asequibilidad de muchas de sus
ideas y la facilidad de lectura y claridad con que se muestra en las
traducciones vernáculas de su obra: las Cartas a Lucilio han sido comparadas
con un libro de autoayuda, y de hecho, a raíz de la película Gladiator, tanto
éstas como las Meditaciones de Marco Aurelio fueron reeditadas con gran éxito
en el mundo anglosajón.
Desde sus inicios, Séneca abrazó el estoicismo, sobre todo en su
vertiente moral, y toda su obra gira en torno a esta doctrina, de la que llegó
a ser, al menos en la teoría, uno de los máximos exponentes. Sin embargo,
aunque en su obra se presenta siempre como estoico, ya en su propio tiempo fue
tachado de hipócrita, al no ser capaz de vivir según los principios que
propugnaba en su obra. En efecto, a lo largo de toda su vida fue acusado de
haberse acostado con mujeres casadas, y si bien es cierto que muchas veces
dichas acusaciones no eran más que meras calumnias, en muchos otros casos
parece haber estado bien fundadas. Además, la estrecha relación con los excesos
de Nerón demuestra las profundas limitaciones de sus enseñanzas en cuanto a la
templanza y la autodisciplina propias de un estoico. Igualmente, no se
explicaría que un verdadero estoico escribiera las cartas que desde su
destierro en Córcega envió a Roma rogando, de la forma más servil y humillante,
por su perdón. En su Calabacificación de Claudio ridiculizó algunos
comportamientos y políticas del emperador Claudio que cualquier estoico habría
aplaudido, con lo que se demostró que colocaba sus principios al servicio de
Nerón, al denostar a Claudio al tiempo que proclamaba que Nerón sería más sabio
y longevo que el legendario Néstor. En esta obra presenta una crítica hacia la
deificación de los humanos y pone como claro ejemplo el caso de Claudio y
aprovecha la ocasión para criticarlo y ridiculizarlo. La carta al Senado donde
justifica el asesinato de Agripina ha sido siempre vista como algo
imperdonable, y de gran bajeza moral; ante otros actos de Nerón, como el
asesinato de Británico o la repudiación de su primera esposa Octavia, Séneca
siempre guardó un silencio que muchos han visto como cobardía e incluso
aquiescencia. Las acusaciones de corrupción que acompañaron a su gobierno, que
bien pudieran sostenerse si se atiende a la fabulosa fortuna que hizo en ese
período, serían una prueba más de la incapacidad de Séneca para llevar a la
práctica los principios estoicos que tanto admiraba.
Hay que hacer notar que la inmensa mayoría de las
acusaciones que se vertieron contra Séneca fueron hechas bien por opositores
políticos en vida del filósofo, por lo que su validez debe tomarse con cautela,
o con mucha posterioridad a la muerte del mismo, de manera que muy posiblemente
las debilidades de Séneca fueran en realidad mucho menores que las que en
apariencia fueron.