El poeta Anacreonte con sus musas, Norbert Shroedl
Por: María Elena Álvarez Alfaro
La existencia humana carece de finalidad, si tiene algún
sentido, éste va más allá de nuestra comprensión. Ese es tema de los Dioses.
Anacreonte fue el poeta
griego de la lírica hedonista. Nació en la cuidad jónica Teos o Teya,
(actualmente Turquía). Se cree que vivió entre 572 y 485 a.e.c. Debido a la huida
de su pueblo natal, por la amenaza persa, migró a Abdera y luego a Samos
donde fungió como poeta de la corte del tirano Polícrates, hasta el 522 cuando
este fue asesinado por Oretes, sátrapa de Cambises durante otra invasión persa.
Anacreonte, entonces se trasladó a Atenas donde sirvió a
Pisistrato y más tarde, cuando este cae del poder, Anacreonte se va a Tesalia
bajo la protección de los Alévadas, allí murió a la avanzada edad de 81 años
durante la segunda guerra Medica entre persas y griegos. Se dice que
paradójicamente, una pepita de uva que le ahogó fue la causa de su muerte.
Siempre fue poeta de corte y su producción poética fue
abundante, sin embargo hasta nuestros días es difícil diferenciar, en la
colección que ostenta su nombre (de la cual, desgraciadamente, muchos son solamente fragmentos) lo que es
realmente suyo y lo que pertenece a sus abundantes imitadores. A algunos hay
que descartarlos por su afectación (Anacreonte escribía de manera sencilla,
ingenua, correcta, a veces tiernamente patética pero nunca afectada), y otros
por sus tendencias epigramáticas, caracteres ambos de una época posterior,
según los historiadores.
Adquirió gran celebridad en la antigua Grecia, debido a
que en sus poesías había un tinte sensual y apasionado que embriagaba de placer
a la audiencia. También cultivó ocasionalmente la sátira, inspirándose en
Arquíloco.
Su poesía canta a los placeres, a la alegría, la
facilidad de la vida. Sus temas son el dormir, beber, amar, cantar y bailar,
además de frecuentes referencias a elementos de la naturaleza como las
golondrinas, la cigarras, las flores o las estaciones alegres del año:
primavera y verano, los cuales utiliza
para exaltar la belleza en la sencillez de la vida. El mejor ejemplo de esto es
su Odita a la paloma.
Por otro lado, Anacreonte rechaza los temas referentes a
la gloria del héroe, al furor de guerra o las trágicas matanzas, temas
ampliamente difundidos y trabajados por otros poetas de aquellos tiempos, y tal
vez fuera precisamente porque él mismo estuvo toda la vida asediado por la
guerra, huyendo de ella constantemente.
Podríamos decir que consideraba necesario, a través de su
trabajo como poeta cortesano (y sobre todo para sí mismo), retirar el reflector
de todo aquel sufrimiento bélico y echar luz sobre lo valioso de la existencia:
lo disfrutable en vida, aquello que puede halagar a los sentidos, los amores
y los deleites de la mesa. Nuestro poeta
afirmaba que cuanto más próximo se halle el día de la muerte, tanto más anhelo
debemos sentir por la satisfacción de nuestros placeres, porque con el sepulcro
todo acaba. Las glorias y honores que se puedan obtener después de la muerte (a
través de heroicos combates, por ejemplo) de nada sirven.
Sus influencias en la literatura son notables, podemos
encontrarlas desde los cantos de los poetas Goliardos (monjes errantes que se
decían descendientes del gigante Goliat), también en poetas como José Cadalso
(S. XVIII) o Salvador Rueda (precursor del modernismo). Goethe le escribió un
poema titulado Anakreons Grab (La
tumba de Anacreonte), Edgar Allan Poe escribió el poema titulado «Romance» en
el que cuenta que él había sido «un muchacho ocioso… que leía Anacreonte y
bebía vino».
Pero quizás la más llamativa e inesperada conexión al
poeta en tiempos modernos es la que lo liga al himno nacional de los Estados Unidos
de América. En 1554 la traducción que hizo el parisino Estienne de los textos
de Anacreonte tuvo acogida por toda Europa, de manera que para el siglo XVIII,
esta poesía era tan difundida en Londres que en 1776 se formó la «Sociedad
Anacreóntica» cuya actividad consistía en reunirse cada dos semanas para
embriagarse y cantar anacreónticas. Este
grupo tenía una melodía como su tema-emblema, titulada «A Anacreonte en el
cielo» (To Anacreon in Heav'n).
Durante la llamada «Guerra de 1812» Francis Scott Key, un
abogado y poeta aficionado estadounidense, había abordado un barco inglés con
una bandera de tregua para arreglar la liberación del Dr. William Beanes, un
prisionero en manos de los británicos. Key logró la libertad de Beanes, pero lo
detuvieron esa noche, mientras atacaban el Fuerte McHenry. Al amanecer, fue tal
su felicidad al ver la bandera de Estados Unidos ondeando sobre el fuerte, que
empezó a escribir un poema para celebrarlo.
Ese poema, retitulado por la gente como The Star Spangled Banner (El estandarte
tachonado de estrellas) fue impreso primero en un panfleto y luego en un
periódico de Baltimore y pronto se convirtió en una canción popular, cantada
con la melodía de «A Anacreonte en el Cielo». Luego, en 1931, fue certificado
como el himno nacional de los Estados Unidos de América.
Anacreonte, poeta juguetón y festivo, a mi juicio ha sido
malinterpretado, atribuyéndosele una desmedida alabanza al vicio y la depravación.
Desde mi perspectiva, era más bien un hombre carismático, sí comodino, pero
sobre todo un apasionado partidario de la embriaguez
dionisiaca que abre las puertas a la inspiración poética y que permite
gozar como se debe de la edad
ligera (como le llamaba a la
juventud) y sacar el mayor provecho posible del breve paso por la vida.
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