Heródoto es uno de
los historiadores más representativos de la antigua Grecia y, sin embargo, es
muy poco lo que sabemos de él. Apenas y si es mencionado en una docena de
anécdotas de relevancia mínina y cuyos orígenes son inciertos. Muchos
historiadores coinciden en que la causa de esta falta de documentación se debe
a que él estaba peleado con Tebas, pues los ciudadanos de ésta no le habían
permitido abrir una escuela y, por ende, la relación que existía entre ambos
era escasa. Es por ello que todo lo que se sabe de él proviene prácticamente de
dos fuentes: el Diccionario del
bizantino Suidas, y las notas autobiográficas que él mismo escribió en su obra.
Gracias a esto es que podemos situarlo en el siglo V antes de Cristo. Ahora, si
quisiéramos ubicar el lugar en donde vivió, nos encontraríamos con un pequeño
pero destacable detalle. Heródoto, para escribir sus libros, estuvo en constante
movimiento. Viajaba mucho. Siempre se le veía yendo de un lugar a otro —decía la gente—, y todo con el
fin de recopilar datos por medio de la observación y, sobre todo, de las pláticas
que entablaba con las personas. No tendría caso especificar los lugares exactos
por los que él anduvo, pues terminaríamos haciendo una lista muy larga.
Simplemente nos limitaremos a decir que él habitó en Atenas, en la Magna Grecia y en la Grecia Asiática.
Ahora,
según Suidas, Halicarnaso fue la cuna natal de Herótodo y Teodoro, su hermano,
cuyos padres eran Lixes y Drío. También menciona que debido a la tiranía que el
gobernante Lígdamis impuso sobre Halicarnaso, Heródoto se vio obligado a dejar
la tierra que lo vio nacer para dirigirse a Samo, lugar donde aprendió el
dialecto jónico y donde comenzó a escribir su obra. Sin embargo, el jónico no
era propio de Samo, así que estos datos están en tela de juicio por parte de
varios estudiosos.
En la
obra de Heródoto, podemos identificar a dos personajes que él eligió para que
se convirtieran en su voz. Artabano y Demarato. Si uno quisiera conocer la
personalidad y la forma de pensar de Heródoto, bastaría con leer los diálogos
de éstos dos. Ya en general, todos sus personajes tienen la particularidad de
recurrir a la examinación, la experimentación y, más que nada, a la razón. Esto
se debe a que Heródoto era partidario del racionalismo. Él se interesaba por
cuanto lo rodeaba. Es por ello que en contadas ocasiones formula hipótesis
alrededor de un problema, enumera argumentos, apoya el más sólido y deja al
juicio del lector la elección final. Un claro ejemplo de esto lo podemos ver en
el libro sexto, Erato, con la muerte
de Cleómenes. Este último se suicida de una manera fatal; se saca las entrañas.
Heródoto expone que la gente sostenía que esa desgracia era un castigo por
parte del dios Argo, ya que Cleómenes había incendiado el bosque sagrado de
este dios. Sin embargo, Heródoto opina que la razón por la que aquella
desgracia había sucedido, era debido a la intervención de Cleómenes en el
oráculo de Delfos. Dice: Cleómenes quería
que Leotíquidas fuera el rey, así que difunde el rumor de que Demarato no era
el hijo legítimo de Aristón y, para que la gente creyera este cuento sin
cuestionarlo, Cleómenes confabula con Cobón, hijo de Aristofanto, el hombre más
poderoso de Delfos. Así es como consigue que Cobón persuadiera a Periala, la
profetisa del oráculo del dios Apolo, para ésta dijera ante los enviados a
investigar el asunto, que Demarato no era el hijo de Aristón. Por esta
intervención terrible con el divino azar —como llamaba
Heródoto al destino—, es que Apolo
castiga a Cleómenes de la forma ya mencionada.
Esta
historia al principio parece el teléfono descompuesto, “…que éste le dijo al otro que dijera…”, etcétera; pero, en verdad es
una enumeración de los elementos que conforman la problemática que Heródoto
estaba exponiendo.
Algo
importante que debe mencionarse, es que Heródoto no escribió sus libros con un
fin político o militar, sino más bien etnográfico. Él quería describir a los
pueblos y las tradiciones de sus habitantes, pues él decía que la esencia de un
pueblo era su costumbre, usanza, norma, ley y/o institución. Éste era el asunto
principal de sus libros. Él narra la historia del imperio persa, en la cual, al
contar las sucesivas conquistas persas, se traza la descripción e historia retrospectiva
de los pueblos conquistados: los Jonios, los Dorios, los Eolios del Asia Menor,
Babilonia, Maságetas, Egipto, Samo, Escitia, Libia, estados griegos, Helesponto
y Tracia.
Las
cualidades de su narrativa didáctica son la belleza, elementos inesperados o
sorpresivos, fidelidad de lo ocurrido —nunca
recurre a las mentiras, conjeturas o suposiciones para darle sentido a los
acontecimientos inconexos—, el orden de sus palabras, la facilidad con la que se
da a entender y la propiedad y la naturaleza con la que utiliza la lengua
jónica. Además, él mismo, en su sumario, expuso que escribía por tres razones:
para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de los hombres; para que no
queden sin gloria las grandes y maravillosas obras; y para que la gente
conociera las causas por la que se hicieron las diversas guerras.
Así
pues, la integración de estos elementos es lo que le da relevancia a los nueve
libros de Heródoto, pues a través del fondo —lo que dice— y la forma —cómo
lo dice— de su escritura, es como logra alcanzar un lugar en el basto pero
selecto mundo de literatura clásica. Una obra que no puede faltar en el acervo
cultural de las personas. Una obra obligada a todo literato y a todo hombre leído.
Por Jorge Antonio Medina Trujillo
Heródoto. (1979). Los nueve libros de la historia. (14va
ed.). México, D. F.: Grolier Internacional. Editorial Cumbre, S. A.
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